ATENEY - RUSSIAN INTERNATIONAL EDITION
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Oriol Ribas
RUSIA-EUROPA, HISTORIA DE UN ENCUENTRO

  Si cogemos un mapa de Europa, lo primero que nos llama la atención es la existencia en el este de una gran superficie llamada Rusia. Ya sea en atlas históricos, bajo el nombre de Moscovia, Imperio Ruso o la URSS, este territorio siempre se caracterizará por su gran tamaño y nos preguntaremos si esa potencia, medio europea, medio asiática, al parecer de algunos, comparte nuestro mismo origen y destino.

  Aquí haremos un pequeño resumen de la historia rusa intentando poner en la mesa todos aquellos elementos que esa nación tiene en común con el resto de Europa. Lógicamente en un espacio tan breve nos dejaremos algunos hechos en el tintero, pero esperamos que la visión de conjunto sea lo suficientemente clara.
 

La Antigüedad remota

  Para los autores clásicos griegos y romanos, el espacio situado al norte del Mar Negro era un territorio poblado por pueblos semisalvajes como los escitas, sármatas y las temibles amazonas. ¿Qué hay de cierto en ello?. En primer lugar, diremos que el territorio por los griegos llamado Escítia se extendía desde el Cáucaso y el Mar Negro hasta las tierras hiperbóreas del norte. Al este, los montes Rifeos (identificados con los Urales) eran apenas una frontera con la Escítia oriental o asiática. Vemos por lo tanto que estos autores tenían una noción bastante aproximada de los territorios europeos orientales.

  La realidad era que lo que hoy es Rusia (y Ucrania y Bielorrusia, pues estos tres países se confunden en la historia hasta tiempos recientes) estaba poblada por tres grupos étnicos bien diferenciados: al sur, los escitas (posteriormente sármatas), pueblos guerreros de origen indoeuropeo (iranio) desaparecidos en el primer milenio de nuestra era, los descendientes de los cuales son los actuales alanos (osetas) del Cáucaso; en el centro encontramos a los eslavos propiamente dichos, pueblos indoeuropeos que con el tiempo se expandirán hacia el este, dando lugar al antiguo estado ruso. Queda por confirmar la identidad de ciertos grupos como los antes y los vendos mencionados por Cornelio Tácito en su Germania, pero todo parece indicar que se trata igualmente de eslavos; al norte, los pueblos fineses de origen urálico habitan en los inmensos bosques. Esta es la situación de Europa oriental en la antigüedad hasta bien entrada la Edad Media. Al mismo tiempo, pueblos como los hunos o los godos transitan por ese espacio durante el periodo de las Grandes Migraciones, pero sin dejar un poso duradero.
 

La Edad Media

  (Cuando hablamos de Rusia, tendremos en cuenta que lo que nosotros denominamos Edad Media se extiende allí hasta finales del s.XVII, bajo el reinado de Pedro el Grande.)

  En el s. IX, los varegos (vikingos procedentes de lo que hoy es Suecia) se establecen a orillas del lago Ladoga, fundando diferentes puestos comerciales y militares. Según algunos autores, el nombre rusos viene del etónimo ruotsalaiset (remeros), con el que los fineses denominaban a los suecos (en finés, Suecia se denomina Ruotsi, mientras que Rusia en ese idioma es Venäjä). La ruta comercial de los varegos hasta los griegos es indicativa del uso que hizo este pueblo de los grandes recorridos fluviales que cruzan el territorio ruso. Su centro fue al principio la ciudad de Novgorod, pasando luego el polo de poder hacia tierras más meridionales, en Kiev (la Madre de las ciudades rusas). Los primeros dirigentes del estado kievita fueron ciertamente príncipes escandinavos con nombres eslavizados: Rørik-Rurik Helgi-Oleg; Ingvar-Igor; Helga-Olga…

  En el 988, el príncipe Vladimir de Kiev abjura del paganismo y se convierte al cristianismo griego; es la entrada del espacio ruso en el sistema de alianzas y contactos europeos. A principios del s.XI, el príncipe Yaroslav el Sabio puede casar a sus hijas con los reyes Harald III de Noruega, Andrés I de Hungría y Enrique I de Francia; el estado de Kiev es reconocido como un igual por el resto de reinos europeos. Todo esto quedará truncado por la terrible invasión tártaro-mongola de 1238.

  Al mismo tiempo, el estado de Kiev se había ido fragmentando en diferentes territorios autónomos. Uno de ellos, el principado de Rostov-Suzdal en el norte será el origen del poder moscovita, fundándose en 1147 la ciudad de Moscú. Fue este principado norteño y no el de Kiev el que lideró la lucha contra las hordas asiáticas. Se perfilan al mismo tiempo las diferencias entre los tres pueblos rusos: grandes rusos, rusos blancos (bielorrusos, dominados por Lituania, no por los mongoles) y pequeño-rusos (ucranianos).

  Después de arduas luchas y pagos de grandes tributos, el pueblo ruso consigue liberarse del yugo mongol y volver a renacer, siendo Moscú y no Kiev la ciudad que aglutina el nuevo poder. En 1472, Iván III se casa con Sofía Paleólogo, sobrina del último emperador bizantino y proclama que Moscú es la Tercera Roma (la primera, bajo mandato del Papa habría caído en apostasía al tener la fe católica y la segunda, Constantinopla, había caído bajo dominio turco), después de la cual no podría existir otra. En el siglo siguiente, Ivan IV (el Terrible) se considerará descendiente del emperador romano Augusto; vemos hasta qué punto las ideas de un poder imperial europeo habían penetrado en Rusia.

  Es en esa época cuando muchos viajeros europeos visitan Moscovia y escriben sus primeras impresiones. Artistas italianos trabajan en el Kremlin; monjes católicos ejercen la diplomacia para conseguir una alianza contra el Turco; comerciantes ingleses abren las rutas del norte, pero Moscovia sigue siendo un estado hermético a ojos de estos viajantes. Incluso tenían que habitar en un barrio propio en Moscú, separados del resto de los rusos, el barrio alemán (así denominan los rusos al resto de europeos). Por otro lado, Rusia está casi permanentemente en guerra con Suecia o Polonia, lo cual influye en la imagen de malvados que tienen muchos europeos a ojos de los jerarcas de la iglesia ortodoxa rusa. A causa de este hermetismo, Rusia vive en un estado de semi-aislamiento. El zar Pedro será el encargado de limar esas asperezas.
 

Rusia, gran potencia europea

  Con el reinado de Pedro el Grande (1682-1725), asistimos a la definitiva consolidación de Rusia como gran potencia y a la apertura del país a las influencias europeas. Después de la victoria contra los suecos y de la fundación de San Petersburgo, Rusia se establece como potencia marítima en el Báltico; Pedro es el gran Transformador, responsable del abandono de las antiguas tradiciones moscovitas y de la adopción de un nuevo estatalismo imperial; a partir de entonces, Rusia sería una nación a tener muy en cuenta dentro de la intrincada diplomacia europea del s.XVIII.

  Lo que sigue es común al resto de reinos europeos: despotismo ilustrado bajo Catalina la Grande, reacción antirrevolucionaria después de 1789 con Pablo I, alianzas y guerras contra Napoleón bajo el reinado de Alejandro I…Después del Congreso de Viena (1815), Rusia se convierte en el Gendarme de Europa, la guardiana del poder absoluto y del equilibrio continental, dispuesta a intervenir exteriormente ya sea para ayudar a los griegos que luchan contra el ocupante turco, ya sea ayudando a otras monarquías como la austriaca en lucha contra los rebeldes húngaros (1848). Gran Bretaña no quedará impasible ante la demostración de poder del oso ruso; el imperio insular considera amenazada su hegemonía y en 1854 se alía con los otomanos y los franceses y declara la guerra a Rusia (Guerra de Crimea). La reina Victoria no puede permitir que otra potencia le dispute el control del Mediterráneo y amenace la Pax Britannica. Sin embargo, aunque Rusia sea derrotada, los roces con los británicos continuarán hasta antes de la Primera Guerra Mundial en Asia Central, donde los rusos se han ido expandiendo hasta llegar a los confines de la India. Es el llamado Gran Juego.

  Interiormente, Rusia vivirá la confrontación intelectual entre occidentalistas y eslavófilos. Los primeros admiran la democracia occidental, los bulevares de París y el parlamentarismo inglés; creen que Rusia debe abandonar definitivamente su aspecto de muzhik (campesino), los cosacos y el sacrosanto poder del Zar. Los segundos (entre los cuales está Dostoyevski, el gigante de las letras rusas), han conocido también occidente y por eso no se dejan tentar por sus señuelos: es en la Ortodoxia, el Pueblo y el Zar dónde está la permanencia del espíritu ruso. Este debate continuará hasta la actualidad…

  Con el reinado de Nicolás II (1894-1917), asistimos a una decaída del poder imperial ruso; la derrota contra Japón en 1905 (es la primera vez que una potencia europea es derrotada por gentes extraeuropeas, si exceptuamos la guerra hispano-norteamericana (1898)), las revueltas de ese mismo año y la posterior Gran Guerra y revolución de 1917 acabarán rápidamente con la milenaria Santa Rusia.
 

¿Y la URSS?

  1917 representa para la Historia uno de aquellos momentos (como la caída del Imperio Romano, la de Bizancio o la Revolución francesa de 1789) en que se produce un giro radical que afecta en mayor o menor medida la concepción del mundo de gran parte de seres humanos. El comunismo se hizo hombre (Lenin) y dejó su rastro de destrucción y muerte en las inmensas llanuras rusas. Nunca el mundo había presenciado con tanto temor o esperanza el surgimiento de una nueva doctrina. Y Rusia fue el campo de pruebas de dicho experimento. El precio a pagar fue muy alto, pero también tuvo sus puntos aprovechables, como veremos.

  Como es sabido, el comunismo es una ideología excesivamente materialista, carente de espiritualidad, mortífera y que proclama la igualdad mundial a los cuatro vientos. No hay nación, solo clases; no existe el poder vertical, solo los cuadros y los soviets son los que deciden; no hay miembros de la nación ni alógenos, solo camaradas ciudadanos y enemigos de clase. Sin embargo, el comunismo en Rusia tuvo ciertos elementos que conviene analizar con atención, despojándonos de cualquier prejuicio ideológico previo.

  Un pueblo como el ruso, orgulloso y sabedor de sus posibilidades, difícilmente abandonaría su conciencia nacional con el pretexto de plegarse ante la dialéctica o los áridos textos del marxismo-leninismo (asignatura obligatoria en los centros de enseñanza de los países comunistas). Su espíritu debía estar oculto, dormido en alguna parte. Y no fue hasta la invasión alemana de 1941 que la llamada de los antepasados volvió a surgir, esta vez durante la terrible Guerra Civil Europea de 1939-45. Aun bajo la inquisidora mirada de Stalin, se empezó a hablar del pueblo Ruso (impensable antes de la guerra), se rescataron del olvido las condecoraciones zaristas y los iconos salieron otra vez a la luz; el respiro fue breve, pero la URSS se convirtió en una gran potencia, quizás la única europea de la segunda mitad del s.XX sin ni siquiera tener conocimiento de ello (Ni Gran Bretaña ni Francia, embarcadas en guerras coloniales, ni una Alemania dividida, podían ostentar esa categoría.). Porque ¿cómo no considerar pertenecientes al Genio europeo los éxitos de la URSS en el campo científico?; ¿cómo no estar orgullosos del Sputnik, del envío de la perrita           Laika y, sobretodo, de Yuri Gagarin, el primer ser humano en llegar al Espacio?; ¿no es todo esto una muestra del espíritu fáustico que siempre ha caracterizado al Hombre europeo?. Convengamos que, aun bajo un régimen asfixiante como fue el comunismo, las potencialidades inherentes a nuestra Civilización pudieron manifestarse como es debido.
 

  El comunismo cayó víctima de sus contradicciones internas (estas no son propias solamente del capitalismo), pero el pueblo ruso ha sabido adaptarse al cambio, superada la crisis de los 90. Ahora solo queda la tarea de armonizar los destinos comunes de nuestros pueblos, y esto va mucho más allá de las disputas sobre el gas, el petróleo o las posturas diplomáticas sobre tal o cual provincia balcánica o caucásica.

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